jueves, 7 de mayo de 2009

Una mirada al mormonismo (parte I)

Existen muchas referencias en la cultura popular, acerca de la religión de Utah. 

"Que si tomas café es pecado dicen los mormones", canta el guatemalteco Ricardo Arjona en su himno profano "Jesús es Verbo no sustantivo". 
En la serie de TV "Big Love" trasmitida por HBO, se toca de manera específica el tema de la poligamia, con el que se ha identificado históricamente a los mormones. Para ser precisos, los actuales mormones no son polígamos, es contrario a la ley civil en la Unión Americana y por tanto castigable, pero sí es una práctica de grupos fundamentalistas clandestinos.

El fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (SUD) -what!!!! porqué no se le ocurrió un nombre más corto-, José Smith practicó la poligamia bajo principios de revelación divina (lo que no significa que no haya habido sexo con sus esposas espirituales). Lo mismo hizo Brigham Young, el segundo Presidente tras la muerte (martirio, se dice oficialmente) del profeta Smith, que guió a los santos hasta lo que hoy es Salt Lake City.
César Vidal Manzanares, escritor español prolífico, considera que el mormonismo es el paradigma de "una secta que ha triunfado". 
Los SUD tienen hoy prestigio de decentes, honrados, trabajadores, amorosos, monógamos, etc., etc., etc. Basta caminar por la avenida 27 de febrero de la ciudad de Villahermosa, para darse cuenta del enorme poderío económico que proyectan y por supuesto la gran visión arquitectónica que poseen al edificar sus templos. 
Me atrevo a decir que los SUD son una religión templaria, y dan espacial énfasis a esos lugares de adoración, una especie de vasos comunicantes entre el cielo y la tierra.
En 1998 me enteré que un amigo de la Universidad se había hecho converso al mormonismo. Fue un duro golpe anímico. Sí, quizás semejante al que sienten los católicos, evangélicos, presbiterianos, bautistas, carismáticos y pentecostales, cuando algún familiar se hace adepto a una u otra organización. Me llevó tiempo darme cuenta que todos tenemos derecho a creer, en lo que sea y en el momento que sea. Que aunque la religión tiene una gran deuda de justicia, hermandad y reconciliación entre los pueblos, tal vez, sólo tal vez, todavía tenga tiempo para convertirse en un verdadero instrumento para traer consuelo a los corazones de las personas, lejos de los poderes fácticos y de quienes ostentan las riquezas y el poder político, para soltar solamente migajas a quienes estamos debajo de la mesa.

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