Un mundo sin internet "era" posible, yo lo viví así a lo largo de mi infancia y no conocí una computadora sino hasta una edad muy adulta. A cambio de ese mundo de diversión que hoy ofrece el Facebook, el Twitter, YouTube y cientos de miles de páginas web, la vida me ofreció una niñez de felicidad jugando en las calles de mi ciudad. Solíamos hacer partidos de futbol, enfrentamientos de trompos, de canicas, por las noches visitábamos la casa de amigos, donde en ocasiones había "guerra" de almohadas. No había el miedo a la calle, ni a ser secuestrado, sino un deseo intenso de conocer nuestro mundo más cercano, de bañarnos en las aguas de los ríos aún sin contaminar, de trepar por las laderas de los montes para atrapar pájaros.
La calle Félix Fulgencio Palavicini donde corrí en mi niñez, era un mosaico de familias de distintas condiciones económicas, pero todas convivían entre sí, mezclaban a sus hijos para jugar juntos, compartían fiestas y creencias religiosas, tradiciones culturales, la esperanza de un futuro promisorio para ellos por medio de la educación pública. Mis padres eras luchadores, forjadores de un destino para su prole. Contaban con decisión, con entrega, con dedicación y tenían todo el empeño de mandarnos a la escuela para formarnos profesionalmente.
A mis hermanas menores y a mí nos mandaron a la escuela primaria “Tomás Garrido Canabal” que se localizaba aproximadamente a
La escuela era fácil para mí y seguramente también para mis hermanos. Yo destaqué desde tercero hasta sexto año. Mi preocupación era jugar, no sabía nada de la sexualidad entre hombres y mujeres, porque algunas veces me propusieron: “vámos a jugar a los novios” y yo contestaba con un tímido: “¿y qué es eso?”. Sin embargo hojeaba historietas de personajes como “Spiderman” o “Los 4 fantásticos”, en ésta última recortaba con tijera a los personajes y les ponía diálogos, intercambiaba los roles y hasta besos de papel se daban, causando una tímida excitación en mi cuerpo en crecimiento.
Fue cuando nos mudamos de esa calle a la casa que mi padre compró en la colonia
Un día, no recuerdo cuando, tomé entre mis manos una revista blanco y negro, se trataba de las aventuras de John Barry en el Japón, un personaje cuya vida transitaba entre las artes marciales, bellas geishas y combates a muerte. En la revista Samurai contemplé por primera vez, de manera conciente, a una dama desnuda retratada de espaldas, conmocionó el pequeño mundo erótico que estaba disponible en mi ser interior. Abrió una forma de entender la vida. Descubriendo, intentando, corrigiendo. Era el despertar de un nuevo ser.
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