miércoles, 14 de abril de 2010

Con olor a aserrín

Mi abuelo materno era carpintero. Siendo yo un niño íbamos a visitarlo a su pueblo, Tacotalpa, donde creció mi madre junto a sus hermanos y donde ella había conocido a mi padre para posteriormente formar una familia conformada por tres mujeres y dos varones. Recuerdo a mi abuelo Juan Vicente cuando nos recibía en su casa-carpintería con olor a aserrín, su beso de bienvenida era rasposo por el bigote a medio crecer que siempre tuvo.

Allí en ese lugar pasábamos los fines de semana muchas veces, eran días festivos, celebraciones, día de muertos, en los cuáles teníamos la oportunidad de que se nos contaran historias de esos pueblos mágicos que versaban sobre el estado de los difuntos, de cómo ellos aprovechaban a visitar a sus seres queridos entre sombras, comiendo los dulces y tamales en los altares elaborados para conmemorar su recuerdo.

Otras ocasiones se recordaban aquellos pasajes de la historia que fueron marcando el rumbo de nuestra calurosa tierra tabasqueña, como aquellos sucesos traumáticos para muchos en los cuáles el gobierno de Tomás Garrido Canabal en los años 20’s impulsó la desfanatización, recorriendo los pueblos y comunidades para realizar la quema de los santos, que algunos guardaban celosamente escondidos bajo la tierra, so pena de ser descubiertos y ajusticiados.

Otro tema recurrente era el de las inundaciones que fueron y siguen siendo parte de la cotidianeidad del pueblo tabasqueño. Aún así convivir con el agua no ha sido fácil, pues mientras que en aquellos tiempos de mis abuelos las inundaciones eran previsibles y la gente se preparaba para subir a un nivel más alto sus pocas pertenencias, hoy en día se sospecha de que la corrupción gubernamental ha tenido un papel importante a la hora de determinar las causas que originan las anegaciones en amplios sectores del estado. 2007 fue el Centro, 2008 la región de los Ríos, y 2009 la región de la Chontalpa. ¿Sucederá algo en este 2010?

Regresando al tema de mis abuelos, Juan Vicente estaba casado con Guadalupe, su querida compañera que se le adelantó en el viaje mientras yo ya era un muchacho de preparatoria. No sé que enfermedad padeció mi abuela pero careció durante los últimos años de sus facultades de razonamiento y de habla. Mi abuelito vivió muchos años más, creo que le gustaba vivir, fue alegre, tomaba alcohol de vez en cuando y hasta donde supimos compartía su tiempo y recursos con damas más jóvenes, tratando tal vez de encontrar la fórmula para la eterna juventud que se va marchitando día a día.

Mi abuelo paterno se llamaba Antonio, era un tipo bonachón, sencillo pero recio de carácter. Lo recuerdo muy poco porque partió de la tierra de los vivientes cuando yo rondaba los 6 años de edad. Vendía dulces cuando todavía no existían los chiapitas, vendía naranjas bajo la sombra de un gran árbol de mangos ubicado entre el río Teapa y la avenida principal de ese municipio. Creo que lo quise mucho, tal vez fue así porque el día de su entierro, mi hermana dice que lloré mucho. No obstante los recuerdos se diluyen y escribo esto para que haya constancia de lo que alguna vez fui.

Fotografía de Doroteo Arango.

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