A propósito del Día de Muertos, me pongo a pensar en cuál será la última voluntad de cada persona antes de morir. Para el que es creyente hay un consuelo de que al morir, de alguna manera en unos instantes entrará al paraíso prometido por Dios, aunque los adventistas del Séptimo Día dicen que hay que esperar hasta "la mañana de la resurrección" y de mientras el difunto entra en un sueño profundo donde no sabe nada de la vida terrenal.
Los cristianos evangélicos y pentecostales dicen que no, que la entrada es directa pues Jesús le dijo al ladrón arrepentido en la cruz: "De cierto te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso". El texto anterior es modificado por los testigos de Jehová y con una simple coma cambian todo, "De cierto te digo hoy, estarás conmigo en el Paraíso". Vaya cada quién tiene su postura favorita.
Recuerdo que una amiga de la familia, Elizabeth, vivió sus últimos años como una ferviente creyente que lamentablemente tuvo que enfrentar una enfermedad terminal. Ella y sus hermanos de la fe, creían que podría ser sanada, pero al final el cuerpo cedió ante la enfermedad, y entonces todos comenzamos a pensar que ella estaba siendo llamada al cielo, a cumplir otra misión más importante.
Mi madre estuvo pendiente en esas últimas horas de vida. Y llegado el momento, en un lapsus de conciencia, Elizabeth lanzó su última voluntad. Quería tomar una Coca Cola. Entonces mandaron a comprarla y se satisfizo ese deseo efímero pero que en aquel momento cobraba una trascendencia de primer nivel. El presente, el momento, el placer y el gozo de la vida, segundos antes de abrir la puerta de la Eternidad...
Y entonces pasó por la puerta... la que nadie sabe que hay, hasta que le toque vivir el momento. Por mientras cada quién fortalecerá sus convicciones y vivirá lo más congruente con ellas.
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