domingo, 17 de junio de 2012

Infancia es un destino posible


Dedicado a Miriam
en este Día del Padre
17 de junio 2012


Nacemos genéticamente programados para crecer, desarrollarnos y posteriormente morir. Sin embargo el principal objetivo de nuestros genes está encaminado en traspasar esa carga informativa hacia otros individuos, para la conservación de la especie humana.
A pesar de esta marca que todos los seres vivos compartimos, es el hombre/mujer quien a lo largo de cientos de miles de años de evolución y culturización se ha colocado en la cima, creando una diversidad de estilos de vida, creencias, modelos de sociabilización, que nos hacen pensar por un momento que lo planteado no fuera así.
Cuando nacemos a la vida, somos recibidos por un entorno social. Nada sabemos en ese momento de qué tipo de padres tenemos, si son ricos o pobres, si son blancos o de raza de color, o si ellos poseen un determinado tipo de credo religioso. Todo lo que nos mueve como bebés son los instintos de sobrevivencia, más si fuéramos abandonados moriríamos irremediablemente.
            Afortunadamente para la gran mayoría, somos tratados cuidadosamente por un largo tiempo, protegidos amorosamente por un padre o una madre que se encargan, a veces juntos, a veces separados, de proveernos las necesidades básicas de alimentación, vestido y un techo que nos resguarda del medio hostil, tanto físico como social.
            Por regla casi general, es la infancia la etapa más feliz de un individuo, sin embargo no es este estado de inocencia la razón fundamental de nuestros procesos biológicos. Un niño o niña tiene que crecer y experimentar el dolor, el fracaso, el desasosiego, para que tal vez –y sólo tal vez- encuentre un propósito en la vida, más allá del puramente transitorio: nacer, crecer, desarrollarse, procrearse y morir.
Pasamos los primeros seis años de nuestra vida en un estado idílico, con una madre que nos brinda generosamente sus afectos, ella nos cuida y enseña la forma de relacionarnos con el entorno. Todo es felicidad en el niño que solamente llora por obtener sus alimentos y le son dados, no hay en él ningún tipo de aprehensión por la posibilidad de morir, nada que le quite el sueño.
En el mejor de los casos, y de acuerdo con los convencionalismos sociales establecidos por generaciones, todo individuo nacerá en el seno de una familia, habitualmente un hombre y una mujer que casados deciden establecer su prole. La razón de la familia, de acuerdo con Engels, es preservar los bienes adquiridos a lo largo de la vida, pues así se salvaguarda el esfuerzo realizado a lo largo de años.
Es decir, la razón es económica, y de ninguna manera moral.
Biológicamente, una pareja desarrolla el amor entre ambos con fines puramente reproductivos. La pasión sexual dará paso al amor y posteriormente al compromiso. Este compromiso se manifiesta principalmente en la provisión para la crianza física y educativa de los hijos.
Creo que es este compromiso social lo que colocó al hombre en la cúspide del dominio sobre las otras especies del planeta. Es el trabajo, la inteligencia, el desarrollo de un bien social, lo que permitió al hombre la transformación de su entorno.
            Termino esta reflexión señalando que estamos en un momento de redefinición de los modelos que nos han cimentado como individuos. El futuro de nuestra civilización dependerá en mucho de la capacidad que tengamos de tomar lo mejor de nuestro pasado cultural, desde el punto de vista del desarrollo antropológico, sin cerrarnos a las nuevas posibilidades que nos ofrece un mundo complejo y diversificado ideológicamente.


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