En la película Blade Runner (1982), el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) agonizando hace una espontánea referencia a una ficticia «Puerta de Tannhäuser» antes de morir. Esta frase se ha convertido ya en una de las más famosas de la historia del cine:
He visto naves de combate en llamas en el hombro de Orión...
Los rebeldes replicantes, en busca de más tiempo de vida, han causado ya la muerte de los creadores de sus órganos. Tres de ellos son ejecutados pronto por el atribulado detective Blade Runner (Harrison Ford), quien parece experimentar algún remordimiento: ¿Ha matado robots o a seres casi-humanos? Pero el último replicante, el más capaz y el más fuerte, Roy, cerca del fin de su ciclo vital y después del aterrador acoso a Deckard por los pasillos y el techo del edificio Bradbury, decide perdonarle la vida mientras pronuncia —con su mano derecha sujeta una paloma— uno de los parlamentos más hermosos y conmovedores de la historia del cine — y que vale la pena repetir otra vez:
He visto cosas que ustedes, humanos, ni se imaginan: naves de ataque incendiándose más allá de los hombros de Orión. He visto rayos C centellando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
No creemos exagerar si afirmamos que es en ese preciso instante antes de su muerte cuando el último replicante se humaniza. El valor que le da a la vida propia, que se extingue, lo hace apreciar la del humano ya indefenso y exangüe que lo mira como si fuese un semidiós fugaz.
Deckard se preguntará siempre por qué el poderoso replicante le permitió seguir con vida. En compañía de Rachel, a quien enseñó a besar, a amar, a enamorarse de él, huye de la ciudad enferma hacia un destino incierto, aunque ante ellos se abre de pronto un paisaje luminoso.
(Con información de Revista Replicante)